Héctor
Héctor
Héctor es el mejor de los guerreros troyanos, el baluarte que defiende Troya de los ataques de los griegos. Héctor es, a diferencia de Aquiles, un personaje muy humano con el que resulta sencillo identificarse. Héctor sufre como hombre, tiene miedos y dudas ante la incertidumbre del combate. Héctor es, con toda seguridad, el más humano de los héroes homéricos que pueblan el ciclo troyano. Un personaje, en definitiva, complejo e interesante.
Como hijo mayor de Príamo y Hécuba, está
llamado a heredar el trono de Troya algún día, y como tal recibe una amplia
formación política y militar como gobernante, orador, soldado y general.
Héctor es el principal instigador de la idea de
que el conflicto se solucione por medio de un combate singular entre su hermano
menor, Paris, y Menelao, el rey de Esparta ultrajado. En este enfrentamiento,
Paris, combatiente mediocre, es derrotado por Menelao, pero la diosa Afrodita,
su protectora, le salva en el último momento, por lo que el conflicto no se
soluciona y la guerra continúa. El mismo Héctor se ofrece voluntario para
combatir con cualquiera de los griegos que se atreva a enfrentarse a él en
duelo singular. En ausencia de Aquiles, el único que se atreve a dar un paso al
frente es Áyax, rey de Salamina. Héctor y Áyax combaten durante horas, sin que
ninguno de los dos pueda imponerse al otro. Finalmente, agotados, deciden
pactar el final del enfrentamiento, no sin antes declararse una admiración
mutua y hacer un intercambio ritual de regalos.
Con la retirada de Aquiles del combate, tras la disputa con
Agamenón por causa de la esclava Briseida, Héctor comanda a los troyanos que
asaltan el campamento griego con la esperanza de darles el golpe definitivo. El
arrojo de Héctor es tal que los aqueos se ven obligados a retroceder y
protegerse en el campamento parapetados tras sus murallas. Uno tras otro, los
reyes griegos caen heridos bajo las armas de Héctor y los troyanos, de modo que
éstos consiguen traspasar el muro en algunos puntos e incendiar algunas naves
aqueas. Sólo la fuerza de Áyax, que se pone al frente de las tropas griegas, es
capaz de evitar una derrota total a manos de Héctor y sus hombres.
Ante la derrota inminente, Patroclo suplica a Aquiles que regrese a la batalla
y se enfrente a Héctor. El señor de los mirmidones, sin embargo, persiste en su
cólera y se niega a volver al combate. Patroclo, ante la negativa de su señor,
le pide sus armas y su armadura para acudir a la batalla. Aquiles cede y
Patroclo parte al combate ataviado como si fuera el líder de los mirmidones.
En un primer momento, Héctor cree que es el propio Aquiles el que ha regresado
a la batalla, pero pronto se da cuenta de que el modo de luchar no corresponde
con el de su rival, por lo que, envalentonado, se dirige hacia Patroclo para
enfrentarse a él. Éste aguanta las primeras acometidas de Héctor, pero es
incapaz de hacerle frente, y acaba cayendo bajo un golpe de su lanza. Héctor se
dispone a despojar el cadáver de sus armas cuando Áyax y otros reyes aqueos se
dan cuenta de la situación y le hacen retroceder entre todos, recuperando el
cadáver de Patroclo.
Al descubrir la muerte de su amigo, Aquiles jura vengarse de Héctor. El
príncipe troyano no puede sustraerse a su destino y decide enfrentarse a
Aquiles en combate singular. Antes de partir Héctor a la batalla, se produce la
despedida de éste y Andrómaca, una de las escenas más emotivas de todo el poema
homérico. El pequeño Astianacte, asustado por el brillo del casco de su padre,
se echa a llorar, por lo que Héctor se desprende de él para dar un último beso
a su hijo.
El enfrentamiento entre Héctor y Aquiles comienza muy igualado. Sin embargo, el destino del príncipe troyano es ineludible. Zeus pone
en una balanza las almas de los dos contendientes, y es la de Aquiles la que
tiene mayor peso, motivo por el cual Héctor debe morir. Para acelerar el proceso,
Zeus infunde un miedo sobrenatural en el alma del príncipe troyano. Éste, preso
de un súbito pavor, echa a correr hacia Troya, tratando de refugiarse tras sus
altas murallas. Aquiles aprovechó el momento para clavarle su lanza y dar
muerte a su adversario.
Como parte de su venganza, Aquiles ató el cadáver de Héctor a su carro y dio varias vueltas en torno a Troya, para que todos sus habitantes pudieran ver desde las murallas el destino sufrido por su caudillo. El cuerpo de Héctor es abandonado durante doce días para que las aves y las bestias se alimenten con él. Sin embargo, el dios Apolo protege el cadáver del héroe de la descomposición, por lo que éste se mantiene intacto.
El rey Príamo, desolado por
la muerte de su primogénito, decide presentarse en el campamento de los aqueos
para pedir a Aquiles que le devuelva el cuerpo de Héctor. Ayudado por el dios
Hermes, el anciano pasa desapercibido a los ojos de los guardias y consigue
llegar hasta la tienda de Aquiles. Una vez allí, Príamo se arroja a los pies
del caudillo mirmidón y le suplica que le permita honrar el cuerpo de su hijo
con unos funerales dignos. Aquiles se apiada de Príamo y le permite partir con
el cuerpo de su hijo. Una vez en Troya, Príamo dispone los preparativos para la
incineración ritual del cuerpo del príncipe. Con los funerales de Héctor
concluye la Ilíada de Homero.
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